Ser educador es una profesión altamente vocacional, y de una importancia vital para un país: son los encargados de formar a las siguiente generaciones que compondrán la sociedad en un futuro a medio plazo, y tienen una gran importancia en la construcción de la personalidad de esos nuevos adultos. Su educación, su nivel cultural, la motivación e incluso las ganas de enfrentarse a nuevos retos y superar obstáculos viene fuertemente determinada por esos educadores, a lo largo de la vida de los niños y niñas españoles.
Pero como todos sabemos, en todos lados hay educadores buenos, menos buenos e incluso excepcionales. Cada persona ha conocido en su vida a un educador excepcional, que ha sabido enseñarle de una manera adecuada, buscando el método para motivar al alumno y hacer que la materia sea algo que se pueda aprender disfrutando, que celebraba tus pequeñas victorias en los exámenes, y se preocupaba cuando algo no salía bien. Gracias a esos profesores, hay muchos adultos exitosos queriendo sacar lo mejor de ellos mismos y de los demás. Sin embargo, Cipriano Ramírez no es uno de ellos.
Cipriano Ramírez es el nombre en clave que he dado a todos aquellos educadores cuya profesión es educar, pero en realidad no lo hacen. Esos educadores con los que sería más beneficioso si se alejaran de las aulas y dejaran paso a nuevas generaciones de educadores sin posibilidades pero con más pasión y ganas. Deberían irse por el bien de las próximas generaciones, y por la salud de nuestro país.
Son esos profesores con un aire prepotente, que tras años de trabajo en las instituciones educativas públicas han conseguido ganarse un cargo respetable (director de la institución o jefe de estudios), y que les hace pensar que son semi-dioses, entes intocables que pueden hacer lo que quieran, y que piensan que los estudiantes son poco más que una molestia con la que hay que cargar dia tras dia. Han olvidado completamente lo que es su obligación y lo que debería ser su pasión: educar.
Quizá deberíamos recordarles cuál es el significado de educar. Cuando se educa, se parte de una materia que se quiere enseñar. El objetivo, señores profesores, no es dar la misma parrafada año tras año, hacer un examen con unas preguntas, y poner una nota. Educar es preocuparse de presentar esa materia de forma adecuada y adaptada a las necesidades de los estudiantes. Asegurarse de que los estudiantes están aprendiendo, y de que lo hacen de forma correcta. Presentar las clases de forma amena y motivacional para que los estudiantes estén lo más receptivos posible y puedan formarse. Pero para eso, hay un principio que es absolutamente fundamental, y que por desgracia se viola a diario a lo largo de los colegios, institutos y universidades españolas de forma impune, sin que nosotros hagamos nada al respecto: la educación y el respeto.
Estoy hablando de esos momentos de prepotencia y humillación pública. El alumno con ganas de aprender que hace una pregunta sobre algo que no entiende, y el profesor con cara de cansancio y prepotencia, en vez de responder, suelta comentarios sarcásticos del tipo "A ver, ¿alguien se lo puede explicar?". He visto profesores soltando pequeñas collejas, cuya mayor repercusión no es el daño físico, sino la humillación. Profesores llamando tontos a los alumnos, o insinuándolo de forma sarcástica. ¿Saben qué le pasa por la cabeza al estudiante cuando eso sucede? El estudiante no querrá volver a preguntar, no querrá ir a esa clase, no aprenderá.
Cipriano Ramírez no está al servicio de los estudiantes. Los trata como a una panda de estúpidos, al fin y al cabo, él es el semi-dios de la clase. Un estudiante fue a cambiar la matrícula porque la administración del instituto había cometido un error y no le habían asignado las asignaturas que él había pedido. Ramírez le recibió con un "vete de aquí, no quiero más líos, siempre estáis intentando cambiar las asignaturas", forzándolo a abandonar la sala sin ni siquiera escuchar al estudiante, aunque él estaba dentro del plazo de modificación de matrícula y tenía todo el derecho a hacerlo.
Ramírez ha llegado a comentar en clase que si necesitan poner alguna queja, que vayan al director de estudios, añadiendo inmediatamente "ah espera, que soy yo". Este tipo de comportamiento corrupto en el que al estudiante se le enculca que no tienen otra que tragar lo que le venga impuesto por los cargos que gobiernan. Algo extrapolable no solo a las instituciones educativas, sino a cualquier institución gubernamental española.
Este tipo de comportamiento sería un auténtico escándalo en Estados Unidos. El profesor tendría un expediente abierto o incluso estaría despedido de forma automática. Tenemos un sistema educativo que crea personas con miedo a preguntar, a aprender, a ser humillado de forma pública, y además sin educación, en parte por malos educadores que abusan de su situación de poder.
Lo peor de todo es que estos testimonios los he escuchado mientras me los contaban entre resignación y risas. Situaciones graciosas cuando le pasan a los demás, pero con una conclusión general de "qué le vamos a hacer, es así". No señores, no es así, esto es un escándalo en toda regla y deberíamos hacer algo al respecto.
En España nos sobran jóvenes graduados en magisterio, deseando enseñar y hacer que sus alumnos aprendan. Este país necesita un releveo generacional, y barrer toda la mierda que se ha acumulado durante tantos años.
No comments:
Post a Comment